Este vicio, definido como destructor de las relaciones humanas, estuvo en el centro de la reflexión de Francisco en la audiencia general: tiene una fuerza penetrante que perdura en el tiempo, por lo que debe remediarse rápidamente ejercitando "el arte del perdón, en la medida en que esto sea humanamente posible". Pero no se es humano ni cristiano si uno no se indigna ante una injusticia.